Leyenda de Espanto
Antes de que llegara la planta eléctrica a La
Quebrada, la penumbre nocturna era alumbrada con lámparas de carburo,
fabricadas por Pedro Montilla, la encendían a golpe de siete de la noche. Estas
lámparas colocadas estratégicamente en cada esquina, no duraban casi nada. A
las 9 de la noche el pintoresco pueblo se encontraba en tinieblas. La oscuridad
hacía posible el surgimiento de numerosos espantos que desandaban calle arriba
y calle abajo, ante el estupor y miedo de los apacibles quebradeños. Los
espantos en todo caso no eran tales. Se daba el caso de que fuera sino uno que
otro vivo que solía visitar a algún amor clandestino a altas horas y en muchos
casos damas del buen vivir que corrían a los brazos de su adorado tormento, ya
sea a La Travesía, la calle del Sobaco, La Capilla y La Pueblita.
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